Es cierto, lo reconozco y admito: Mi padre me contaba cuentos de Caperucitas y de Lobos. Caperucitas lobicidas y lobos caperucicidas enzarzados en crudos combates espaciales, mortales danzas siderales que hubieran sido la envidia del coyote y el correcaminos (particularmente del coyote, porque en estos cuentos, el lobo sí podía llegar a ganar). Y lo hacían en horario de protección al menor.

Para el que me conozca, este detalle de mi pasado podría explicar algunas irregularidades en mi comportamiento, tanto de niño como de adulto, pero lo cierto es que -más allá del daño que puedan haber o no causado-, estas historias eran el final esperado del día, el último punto alto de la jornada, que indicaba la caída de la noche, y la necesidad de dar vuelta la página… de cerrar los ojos y dormir (ni bien pereciera alguno de los contrincantes, o ambos, claro).

De esos cuentos, me quedan muy vagos fragmentos en la memoria, pero sobre todo la sensación de un intenso disfrute y de que siempre había algo bueno en la programación de la noche, algo de lo que la televisión de hoy podría aprender mucho.

Naturalmente, el tiempo pasó y las historias han cambiado.

Si bien surgen del mismo espíritu y la misma semilla, estas nuevas historias de caperucitas y de lobos feroces tienen algunas capas más de complejidad, pasando en ocasiones de socarronas payasadas a muy veladas críticas a nuestro mundo, nuestra historia y la humanidad en general. Sólo a veces, para aquel lector que lo quiera leer y pueda entender.

A pesar de eso, nada iguala para mi ese instante en que el lobo pone en la mira a la nave de Caperucita Roja y esta detecta al lobo y prepara a su vez alguna maniobra. Ese instante previo, que contiene todas las historias posibles -por un lapso muy breve-, hasta que se decanta en solo uno de los universos posibles y que catapulta la narración hacia delante, es un punto de inflexión singular.

Realmente, nunca se sabe qué puede pasar.

Seguir con la lectura de este libro los llevará a muchos mundos e instantes, distantes y peculiares. Y sí, puede ser que el viaje sea un poco sangriento, objetado por sociedades protectoras de animales y de caperuzos, pero seguro que va a ser un viaje especial.

Lo fue para mi,

 

Gabriel Simonet

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