Estos cuentos de Lobos y Caperucitas tienen su origen en la época que mis hijos cursaban sus primeros años en la escuela. Por entonces, les empecé a contar cuentos de Caperucitas espaciales, que iban armadas hasta los dientes para defenderse de los ataques de los Lobos feroces. Ellas tenían rayos desintegradores, campos de fuerza y todo un arsenal que, con cada cuento, se volvía más mortífero y que hubiera sido la envidia de James Bond; he de aclarar que al cuento lo empezaba, pero no tenía idea de cómo terminarlo, además era interactivo, mis hijos podían intervenir y hacer propuestas cuando no les gustaba cómo yo lo iba desarrollando.
Al cabo de un tiempo de contarlos se hizo evidente que, en realidad quien corría más peligro era el lobo y no Caperucita y, a partir de ese momento, tratamos de ponerlos en igualdad de condiciones. De esa manera, cuando se empezaba a contar el cuento no se sabía si Caperucita iba a ser fagocitada o, por el contrario, si ella volatilizaría al lobo.
Ahora que mis hijos ya son mayores, siempre recuerdo con cariño y con humor los tiempos en que hacíamos los cuentos de Caperucita. Por esa razón, varios años después comencé a escribir historias de lobos y caperuzos, no ya para niños sino para mayores, porque quizá serían los cuentos de Caperucita que les contaría ahora que son adultos.
Douglas Simonet